Dulce Dolor

Arde particularmente el centro del pecho, revoloteando mariposas en tu estómago y las manos sudando en frío. Hoguera calcinante los labios, retumbando inquieto el corazón, queriendo escapar de su profundo encierro. Dulce dolor que del amor se experimenta. Extraño y caprichoso. Impredecible y fascinante. Sabiduría de los tontos. Ese, que intangible mueve montañas. Agitado el aliento, se sofoca la ansiedad besando la locura de su boca. Tierno tormento del que ama, estrujando las espinas de rojas rosas, bebiéndose la luz del mar. Tomando una mano, meciéndose en el viento. Queriendo ser uno en la inmensidad de la noche. Espuma de ola que acaricia el vientre de la arena, azotando cristales de sal en su pasión. Dominante y maravilloso. Trágico y pleno. De toda época. Inmortal.

 

Mansión nocturna, la soledad del que no es amado. Frió yace el lecho del que no ama. Y mientras, las parejas se entregan en las sombras. Se oye la palabra de consuelo de un amigo. Reivindicando a ese envolvente calor que del fuego sus alas son. Húndete en mi cuerpo. Sumérgete en el profundo deseo. Empápame de esa savia divina que corre por tus venas. Amor, hagámonos uno solo.

Se pierde la voz. Cuelgan versos en los cuernos de la luna. Se murmura el amor en un tibio encuentro. Susurros al oído, euforia y devoción. Extraordinario catalizador etéreo de la lengua envenenada. Ennoblece al sentimiento la fortaleza de un buen amigo. Poderoso y reconfortante sentimiento de amistad. Se quiebran las estatuas de sal de aquel falso compañero. Traición que se desmorona en su grandeza.

Laberinto de espejos en que uno solo es real. Necesario y preciso romper varias imágenes. Amargo y doloroso. Finalmente recobrar al amigo. Descubrir al ser amado. Crecer y renacer.

Pájaro negro que muere de pena en el jardín de la soledad, frágil y temeroso, sin alguien en quien confiar. Fuego embrujado del que se alimenta el insaciable enamorado. Alas prodigiosas caen tiernas cobijando el mar agitado de los amantes. Tormenta y calma. Pasión y tempestad. Naufragio y densa niebla. Astillas que del amor se vuelcan en las playas del abandono. Inmenso y magnífico yace el océano que guarda millones y millones de islas desiertas. Sube la marea rozando los tobillos del olvido y comienza el retorno al añorado encuentro. Se disuelve la espuma en la nuca del que fuera olvidado. Bañado en su locura se pierde en el vasto mar. Contracorriente, indefenso buscando el imperecedero refugio del ser amado. La pareja, los que se aman y se queman en su propio silencio. Muere la ausencia en un cuarto de hotel. Se deshidrata la hiel de los falsos besos. De aquellos comprados. Mientras, alguien se zambulle en aguas turbulentas, nadando en un mar muerto y luego en esteros contaminados. Desafiando al coloso estruendo del oleaje, valeroso, temerario, a veces débil y cansado. Llevando hasta playas desiertas. Continuando su búsqueda.

Crepita el fuego trémulo de una llamarada a punto de extinguirse. Flotando a la deriva, musita una voz sus tristezas al viento. Cabalga el amor las llanuras del abandono y las olas arrastran un cuerpo cansado a la orilla. El sol hoy tiene otro color. Mi voz ya no es mi voz y mi llanto ya no es tanto. La piel comienza a despertar. Lame la espuma huellas desnudas del que camina tierra adentro y el atardecer, tibio testigo es el abrazo de dos siluetas fundiéndose en el ocaso. 

 El mar en calma. El deseo arde en algún punto del centro del universo. Ermitaño ya no soy del tiempo. Conjuro ese gran poder en las entrañas del amor. Rapsodia que entonan unos cuantos, en un mundo decadente…

Josue Meneses

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